La Feria donde venden libros

    Este no es ni será el país más culto del mundo.

    El hombre que levanta al otro, sosteniéndolo por las nalgas, es grueso. Que alguien te agarre el culo, aún avisado, e intente como en arcilla una clase de modelado lift con él, generalmente no es motivo de calma chicha. Pero hacer hábito siempre influye, el trabajo diario. Ahora, después de la escena equilibrista con levantamiento de libras de pompis, el dúo que diríamos rudo está por dejar un cartel tipo banderola –sin agitar, estática porque no corre el viento, firmemente gay– con la cara redonda y sonriente de Lezama.

    Febrero de 2017 es de los febreros más calurosos. La Habana demuestra que el calentamiento global existe. La temperatura por el día roza los treinta grados Celsius. El invierno lábil no ha dado chance a que los esnobs se cubran el cuello con bufandas y otros desempolven y aireen las cazadoras, o los ancianos se cubran las cabezas con ushankas traídas y raídas de la URSS. Algunos, a la fuerza, aprovechan el más tenue descenso para abrigarse, aunque se sepa que veinticinco grados en Cuba siguen bastando para asarte.

    Asarte como pollo, cerdo a la plancha. Héctor David, arqueólogo, declara que cuando se hagan las excavaciones y busquen sobre los hábitos de los cubanos, encontrarán toneladas de hueso de pollo en forma de respuesta definitiva. Filosofía en lo alimenticio. En la Feria, sobran, pero Caridad González ha peregrinado por una buena parte de Centro Habana en busca de piezas de pollo hasta dar en la carnicería Fornos de la calle Neptuno con pechugas, pero de pavo. “No las compré porque no me gusta el pavo. Mentira, no las compré por muy caras”, dice y se restriega un brazo. Supone que la picó una bibijagua o una hormiga brava, pero aquí estos no son los bichos más peligrosos.

    En la fortaleza militar del siglo XVIII de San Carlos de la Cabaña, construida en once años, durante la edición número veintiséis de la Feria Internacional del Libro de La Habana, según Erick, el temor debes tenerlo con lo que comes. Un arroz frito con porcentaje elevado de mortadela en mal estado estuvo a punto de deshidratarlo por vómitos. También odia la mierda de caballo. El año pasado le puso el pie encima, de lleno, a una plasta de poni. No por menor alzada es menor la cagada.

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    Acabar con la presencia de objetos que no tienen relación con el sentido original del evento y trabajar por una oferta más variada en las próximas citas. Eso habrá que hacer, en opinión de Juan Rodríguez Cabrera, Presidente del Instituto Cubano del Libro y del Comité Organizador de la 26 Feria Internacional de Libro de La Habana. Lo admite durante la clausura.

    Rodríguez Cabrera informó que estuvieron a la venta 1400 títulos de ediciones cubanas, con un precio promedio de nueve pesos cup. Ante la presencia de Abel Prieto, Ministro de Cultura reciclado, añadió que en Cuba existe “una política cultural que tiene como centro al lector, al ser humano a pesar de las múltiples limitaciones económicas que hoy tenemos, agravada por la continuidad de un bloqueo despiadado y cruel impuesto por el gobierno de los Estados Unidos”.

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    26 Feria Internacional del Libro de La Habana. Del 9 al 19 de febrero de 2017. Canadá, país invitado de honor. Dedicada al Doctor Armando Hart Dávalos.

    Número de expositores: 232

    Número de escritores: 173

    Número de presentaciones de libros y revistas: 900

    Número de ejemplares vendidos: 301 500

    Número de visitantes: 415 599 (los que entran al complejo)

    Esta información la brinda Cubadebate.

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    No se necesitan estadísticas. Suficiente con observar. La verdadera feria es la periférica, la que se desarrolla fuera, la que no tiene libros, la de ir a finiquitar el pollo frito crocante y la soda sentándose a una mesa de plástico. Interminables volúmenes de conocidos, estudiantes y familias que se trasladan en sentidos opuestos. Salen y Entran. A la izquierda y a la derecha.

    En todos lados colas, aparatos de diversión, una cápsula en forma de bus de turismo que se balancea en el aire. Humo y muchachos que ponen las bocinas a reventar con temas de reguetón, mientras piropean a las muchachas o solo las llaman “tú, ricaperri”. La masificación de la cultura. Nueva estructura lingüística en pos del cortejo. (Modo imperativo. Acción indeterminada, indefinible. Sin embargo, prevé liberar una respuesta por parte del sujeto aludido. Tú, ricaperri, voltéate. Tú, ricaperri, mírame. Tú, ricaperri, es contigo, haz algo por todos los santos. Tú, pronombre personal, hasta que la RAE lo quiera, lleva tilde, poderío. Ricaperri ¿adjetivo en función de sustantivo?)

    Este no es el país más culto del mundo y yo, por lo que se puede estimar, no tengo una relación profunda con la gramática.

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    “Hace algún tiempo, compraba en las librerías e iba a la Feria en busca de jolongos, que no eran jolongos propiamente dichos, sino bolsos tejidos con lana de imágenes andinas, líneas discontinuas, quebradas y camélidos sudamericanos; las vendían los artesanos en sus puestos, yendo en días de liquidación las agarrabas más baratas”, recuerda Leandro, roquero en los tiempos en que usar estas talegas se asumió como una moda, junto a los collares y pulseras con púas. La palabra camélidos es mía, por las dudas de que la figura a la que se refiere, perteneciera a una vicuña o a una llama. Cualquiera de ellas, válidas.

    Ahora, en distintos lugares, se muestran posters, revistas y pegatinas de Cristiano Ronaldo y Messi. Apiladas, hay mochilas del Real Madrid.

    En ferias pasadas, estaban en boga los tatuajes con pistolas de tinta para los niños.

    El viernes 17, un papalote con la bandera cubana vuela en eses por arriba del pasto. En la Feria del Libro se empinaron cometas contra el Bloqueo estadounidense, al cual Alberto Juantorena calificó de “medida draconiana” en el noticiero de televisión. Lo acompañó el pelotero Carlos Tabares a condenar la injusticia del embargo. Las etiquetas fueron #NoMásBloqueo y #UnBlockCuba. En el cielo, se lee un coronel con el nombre de Sánchez-Parodi, ex jefe de la ex sección de Intereses de Cuba en Estados Unidos.

    Al contrario del volumen alto, inamovible y gratuito de la música, el pan con lechón oscila entre los cinco y diez pesos cup. Tiene la corteza aceitada y comprimida. Por los bordes, la manteca picoteada desprende un vapor que sube sin ánimos. Es un planeta raro o un cangrejo malhumorado, viejo y sin extremidades, moribundo. El vendedor te mira. Mira al pan. Te mira. Mira al pan. Te mira. No vocea. Él entiende que uno entiende. Lo tomas o lo dejas.

    De la gastronomía local, otra joya son las brochetas. Dados de carne de cerdo ensartados por un pincho, asados sobre una plancha. Cuando le clavas los dientes, expulsan líquido y chorrean, pegajosas. No son recomendables si desean mantener la ropa limpia. Quienes las compran, se pasan un rato dando mordidas y arqueando el torso.

    Iron Man está en la feria. Se le ve con los brazos en jarra desde el puente que lleva a la entrada del complejo. Desde luego, no se trata de Iron Man. Una persona está disfrazada como el superhéroe rojo y amarillo —no por rojo, simpatizante del comunismo— de Marvel Comics, lista para los retratos e inmortalizar el momento. Una niña le da vueltas de abeja, pero resuelve no hacer nada con el muñecón, después se va a saltar a una cama elástica y pasa la tarde genial.

    Dos rubios larguiruchos hacen lo mismo antes del paso del puente. La cama elástica tiene una malla que cubre la circunferencia del contorno. Pueden saltar cuanto quieran con poco peligro de fracturas; en cambio, entre dos varones cerca de la mayoría de edad, saltando como micos en celo en espacio reducido, un golpe en los testículos puede acontecer sin que haya que esforzarse demasiado, a menos que se vistan como Iron Man. Iron Man tendría los cojones a prueba de balas. Toda la zona de la entrepierna.

    Ya ven ustedes. Estoy en la Feria del Libro y me ha venido la palabra “cojones”. Los puristas pueden ofenderse. Hace mucho olvidé la primera novela en que leí un vocablo obsceno. Si un escritor lo hace, por qué a la señora que compra una sudorosa paleta de helado de chocolate se le enturbia la cara debido a la madre que riñe con su hija pequeña: “Pinga, cojones, estate tranquila y no jodas más, vieja”. Ajá, le dice “vieja”. A la señora de la paleta sudorosa se le enturbia el rostro porque no es el lugar adecuado. Cada cosa en su sitio. ¿Quiere propinarle un pescozón a su hijo travieso? Hágalo lejos de la Feria. Lo mismo con las pingas y los cojones. La madre, no obstante, descarga el respectivo sopapo. La cabellera revuelta de la niña se abre por un segundo con el recorrido ascendente del puño. Ambas se pierden dentro de la multitud. Perdón, la multitud las incorpora. Las ingiere, como se ingiere normalmente, hacia adentro.

     

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    Maykel González
    Maykel González
    Ha llegado tarde a casi todo lo que se le pueda dar importancia. Tarde a las clases. Tarde a su primera novia. Tarde a la universidad. Tarde al periodismo. Tarde a Frank Sinatra has a cold y al propio Sinatra. Tarde a Quito (regresó a La Habana). No confía mucho en su éxito porque piensa que alguien que se llame como él no puede llegar bajo ningún concepto a nada relevante, a menos que se haga de un seudónimo pegadizo o que componga letras —bien que lo sabe— para un grupo de reguetón.
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