La pregunta más obvia de la vida

    A una mujer, a una mulata de 50 años, se le cayó la casa.

    Luego de varios días del paso del ciclón Irma por Cuba, bastantes noticias han leído ustedes de familias en desgracia, de muertes repentinas, de robos de luz eléctrica, de juicios ejemplarizantes e, incluso, de casas caídas o por caer.

    Y tan normal se nos hace, que ya no da miedo a nadie.

    Si algo dejan los ciclones, luego de los días, es una normalidad que asusta. Como que sea normal, por ejemplo, que a alguien se le caiga un día la casa.

    Esta señora, mulata de cincuenta años, a quien le he hecho varias preguntas, es Mercedes. Y esa de la foto era su casa de hace 25 años hasta hoy.

    La muerte de una casa es casi la muerte de un familiar queridísimo.

    No lo digo yo, lo dice Mercedes:

    “Si uno pierde a un familiar, ¿cómo uno se siente?, ¿cómo uno se pone? A ver, dime, a ver”.

    Y sabe que le estoy haciendo la pregunta más obvia de la vida.

    ***

    La casa de Mercedes / Foto: Carla Colomé
    La casa de Mercedes / Foto: Carla Colomé

    Pero ese familiar de Mercedes, que era su casa, ya venía enfermo de antes, de otros ciclones que ella ya no recuerda. El Charlie, el Wilma, dice solo por mencionar algunos. En uno de los anteriores, había perdido la mitad de la casa con todo adentro. Logró construir, de mampostería y madera, la otra mitad y se las agenció para vivir ahí con sus dos hijos, uno de 14 y otro de 18 años. “Si yo a mi casa le decía Mariana Grajales, por lo que resistía”, me cuenta.

    Ya hoy su casa no existe y por tanto estamos sentadas justo enfrente de lo que queda de ella, en el portal de la iglesia católica de la pequeña playa Baracoa, al oeste de La Habana.

    Mercedes mira los restos del lugar donde ha vivido y donde crecieron sus hijos. No es menos cierto lo que dijo antes . Esto parece el cuadro del velatorio de un familiar. Los conocidos que pasan le dan el pésame, le preguntan cómo está, le dicen que cuente con ellos, que hay que tener fuerzas. Fuerza Mercedes, le dicen, que todo pasa.

    La gente, tan la gente, tal como en los íntimos velatorios familiares, donde uno lo que más quiere es desaparecer.

    A las cuatro de la madrugada, cuando el ciclón Irma pasó cerca de La Habana, Mercedes, que estaba en la casa de su hermano porque la policía sacó de sus viviendas a todos los que residieran cerca del mar, y ella lo tenía casi de patio trasero, recibió una llamada de un vecino a su teléfono celular: “Entonces nos dijeron que la casa se había desbaratado”.

    “¿Qué cómo me sentí? Ay, mija, ¿cómo tu crees que me voy a sentir? No sé si me subió el azúcar, no sé si me subió la presión. Mija, ¿cómo uno debe sentirse cuando se le cae la casa a uno?”

    ***

    Dice Mercedes que ningún vecino se ha ofrecido a ayudarla a levantar unas tablas, al menos algo para permanecer hasta que busquen una solución. La vecina de al lado se asoma a cada rato para confirmar qué está haciendo Mercedes. “Tú ten cuidado que nada malo te pase con la entrevista”, advierte.

    La delegada de la localidad no le ha dado seguridad, pero sí le dijo que se comentaba de una casa deshabitada que quizás podían brindarle.

    “Pero yo no sé lo que va a pasar, no sé, no sé. La casa de uno es la casa de uno, como quiera que esté. Cuando llovía, corría a poner yo un nailon aquí y uno allá, y así uno vivía y era feliz. ¿Pero ahora dónde? ¿Dónde? Estoy aquí, en la calle”.

    La casa de Mercedes / Foto: Carla Colomé
    La casa de Mercedes / Foto: Carla Colomé

    Desde el día siguiente del paso del ciclón y hasta hoy, todas las mañanas Mercedes se llega al sitio donde estaba su casa y se va todos los días cerca de las dos de la madrugada. Cuenta que pasa ese tiempo allí para que los vecinos, que le han robado algunas tejas ya, no lo sigan haciendo.

    Además de eso, yo creo que Mercedes va todos los días a su barrio, porque el barrio es el barrio, el lugar donde ha pasado tanto tiempo, los rostros que se ha acostumbrado a ver por largos ratos, la acera de enfrente, el mar en la parte trasera. Lo peor es que la casa se cae, pero todo lo demás sigue intacto.

    “Imagínate tú, cuando llegué y vi la casa así, mija, un dolor. He sentido que quiero llorar, llorar, llorar. ¿Tú sabes qué yo hice para sentirme mejor? Me emborraché, y me echaba ron arriba y me echaba agua arriba. Así me siento yo”.

    ***

    Ahora caminamos, Mercedes y yo, entre los restos de la casa. Mercedes va identificando cosas que hasta hace unos días formaban parte de su vida común, lo ordinario: señala una batidora aplastada, una chancleta, un tubo de dentífrico, dos sillas, una de espaldar rojo, su colchón, los pomos de agua para tomar. Todo tipo de cosas, las más sutiles: un peine, un paquete de detergente marca Omo, un destupidor de baño, un pomo de crema corporal.

    Me señala, además, dentro de tanto desastre junto, dónde se situaba el baño, y dónde su cuarto, y la cocina, y dónde la sala.

    Hay un gato, el gato de Mercedes y sus hijos, que camina entre los escombros todo el tiempo. Parece el único ser vivo en un pedazo del fin del mundo.

    La casa de Mercedes / Foto: Carla Colomé
    La casa de Mercedes / Foto: Carla Colomé

    “Ay mija, no tengo ni alma, no sé, no tengo vida. No como, no duermo, si acaso una hora y ya. Ni vivo ni nada. No tengo ánimos de nada. Estoy trancada, he soltado lágrimas, pero no como yo quiero. Imagínate tú, tengo que luchar por los dos niños, y me tengo miedo yo misma, es que no sé por lo que me dé, mija, siento mucho dolor. Tú entiendes lo que te estoy hablando”, dice.

    Porque sabe que vuelvo a hacerle la pregunta más obvia de la vida.

     

    • La casa de Mercedes / Foto: Carla Colomé

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    2 COMENTARIOS

    1. Es una historia como tantas de tantos cubanos que han pasado por lo mismo o peor… Pero tu manera de decir llega tan profundo que nos has transportado su tristeza, su desesperación

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