La peste

    Es mi grano, no el tuyo. No lo toques, no lo menciones, no lo mires. Su existencia me trastorna, pero me perturbas más tú con tus «buenas intenciones». Ignorarlo es imposible cuando todos tienen una opinión al respecto. Lo digo con la certeza de una mujer que los sufrió en exceso por siete años.

    Y si acaso alguien hablará de eso, seré yo. Porque, como dije, es mi grano asqueroso.

    El más grande de todos lo tuve en la oreja derecha. Fue marca ACME, como lo describió mi novio. Él lo detectó una vez que nos sentamos a romancear en una banca del centro de Coyoacán, en la Ciudad de México. Yo, como perfecta adolescente, recargué mi cabeza sobre sus piernas. Él me miró desde arriba, y así descubrió la bomba. Un explosivo de pus y sangre ubicado en mi oreja. Por supuesto, su antojo por detonarlo se dejó caer.

    Desprecio ver a las chicas quitándole las imperfecciones a sus amantes en público. Me provoca vergüenza ajena. Así que sí, me hice de rogar. Ya nos teníamos confianza; me podía echar un eructo o una flatulencia frente a él, pero esto definitivamente exigía subir un escalón de intimidad.

    Sus ojos lucían excitados. Parecía un perro tras un pedazo de carne.

    No era la primera vez que me pasaba; tampoco fue la última. Siempre hay personas que no respetan el espacio vital del otro (quizá tú seas uno de esas). Solían rogarme que les dejara exprimir al menos uno solo de mis granos. Su tentación se volvía más grande cuando los abscesos estaban blancos y relucientes.

    No tuve la suerte de que me crecieran en la espalda, donde nadie pudiera verlos, ni en el pecho, ni en la cabeza. Me salieron en toda la cara. Frente, cejas, pómulos, cachetes, barbilla, nariz, hasta en los labios. El acné no perdonó un solo espacio de mi rostro y, mucho menos, el más doloroso: la zona del bigote. Algo así como Harry Voss en la película El amor es un perro infernal, basada en textos de Charles Bukowski, donde el mísero protagonista se cubre el rostro con papel de baño para ocultar su espantosa cara llena de granos.

    Evitaba suprimirlos por la fuerza, pues eso es lo primero que advierten los adultos cacarizos: si los exprimía me vería como ellos. Y, aunque me rehusaba, llegaron a estrujarme unos cuantos granos sin mi total consentimiento. En esta ocasión, el amor a mi bato pudo más que mi voluntad y le otorgué el derecho a exterminarlo.

    Un proceso sin ninguna medida de higiene. Con dificultad colocó sus dedos alrededor del bulto. Yo cerré los ojos por dos razones: no quería ver a quiénes incomodaba la escena, pues le estaba fallando a un principio básico de mi existencia, y segundo, sabía que iba a doler.

    Él estaba extasiado, como doctor en cirugía extirpando un tumor. Yo me tapé la cara con las manos, mordí un trozo de sudadera y esperé paciente la detonación.

    ¡¡Bum!!

    Fue tan grave que la dinamita llegó hasta la barbilla de aquel valiente. Sentí cómo la concha de mi oreja se llenaba de algo; no podía verlo, pero imaginé el líquido denso y amarillento de siempre y, luego, la sangre.

    La cosa empeoraba. No estábamos preparados para tal conquista. Necesitábamos papel… Con dificultad busqué en los bolsillos del pantalón y encontré una servilleta sucia y arrugada. Mi novio empezó a retirar el fluido repugnante. Persistía, hechizado; hacía muecas de asombro mientras buscaba un espacio limpio en la servilleta.

    Fueron 20 minutos o un poco más. Cuando me levanté tenía entumecido el cuello. No había de otra, necesitábamos un baño para enjuagar mi oreja y sus dedos grasientos, sangrientos. La experiencia más envidiablemente romántica ever.

    Mis primeros granos aparecieron por supuesto en la etapa más dramática de la vida. Cuando nos deformamos hacia la adultez, y creemos que todo gira a nuestro alrededor.

    Eso hacía todo más trágico. De niña no era consciente de que podía esperarme este mal. Me salió el primer grano, el segundo, el tercero y luego perdí la cuenta.

    Que la tía o la vecina se apresuraran a comentar algo sobre mi rostro era casi normal, pero que una señora desconocida, en el supermercado o en el puesto de tacos, se acercara para darme sus tips me incomodaba realmente.

    «Prueba con… y verás que se te quitan», decían. Eran insensibles, en su cara había lástima o desprecio. No les importaba que otros escucharan. No entendían la discreción. Sin embargo, nadie tan cruel como los niños. Cuando alguno se me quedaba viendo fijamente —así como les encanta hacerlo—, intentaba huir, aunque casi siempre me ganaba su imprudente curiosidad.

    «¿Qué te pasó en la cara?».

    Yo los amenazaba: «Se llaman barros, si te burlas te saldrán cuando seas mayor». Pero la advertencia no impedía sus miradas hirientes y, a veces, incluso sus expresiones de asco. Mocosos nefastos. Se burlaran o no, el acné elige a sus víctimas al azar.

    Me consolaba frente al espejo. Pensaba: «No podía ser perfecta, algo malo tenía que haber».

    Era esto o una voz chillona, una nariz de perico o unos ojos de sapo. Ni modo.

    Para frenar el brote me unté de todo. Por supuesto, productos Asepxia, bolsas de té, jabón de sal, Vitacilina, pasta de dientes, mostaza, geles, cremas y exfoliantes. Fui a tres dermatólogos: el más barato cobraba 500 pesos[1] la sesión. Con una lupa me observaba los granos; apenas tardaba cinco minutos, luego me daba una lista de seis o siete productos carísimos y me mandaba con su recepcionista para acordar la siguiente cita.

    Dejé de comer chocolates, palomitas, nueces y tomar café, porque son los alimentos grasos que más estimulan la peste. Cada año nuevo me prometía estar limpia al año siguiente. No sucedía y entonces lloraba. Sí, lloraba por los granos.

    Cuando cumplí 20 me rendí. Me declaré incapaz de acabar con ellos y dejé de insistir. Volví a comer lo que me habían prohibido y seguí con la vida. La vida con granos. Esa que me atormentaba cuando escuchaba a las niñas quejarse por un barrito en sus caras de nalga de princesa. Nadie sabe que está en el cielo hasta que lo ve perdido.

    Años más tarde me reencontré con un conocido que había sufrido el mismo problema, solo que él ya estaba curado. Oí con atención su remedio y lo apliqué. Con el temor de que otra vez no sucediera nada. Pero esta vez la piel de mi rostro se compuso. Aquel tratamiento duró un año.

    Se trataba de unas pastillas que secaron la grasa de mi cara. Hubo efectos secundarios: siempre tenía los labios partidos y me salían ronchas en los párpados. Pero una cosa me hacía feliz: ya no había espinillas. Al menos, no en demasía.

    Cuando por fin cedieron del todo, me sentía más segura. Algunos cercanos me dijeron que ya no era la misma y que hasta extrañaban mis granos.

    Tengo una última cosa que decir: ¡Pinches granos erizos, pinche gente metiche!



    [1] Se trata de pesos mexicanos. Algo más de 27 dólares al cambio actual, pero seguramente bastante más en el momento del que habla la autora (Nota del Editor).

    spot_img

    Newsletter

    Recibe en tu correo nuestro boletín quincenal.

    Te puede interesar

    Cinco años en Ecuador

    ¿Qué hace un cubano que nadie asocia con su país natal haciéndole preguntas a los árboles? Lo único que parece alegre son las palomas, vuelan, revolotean, pasan cerca, escucho el batir de sus alas. Es un parque para permanecer tendido en el césped. A algunos conocidos la yerba les provocaría alergia, el olor a tierra les recordaría el origen campesino.

    La Resistencia, los Anonymous de Cuba: «para nosotros esto es una...

    Los hackers activistas no tienen país, pero sí bandera: la de un sujeto que por rostro lleva un signo de interrogación. Como los habitantes de Fuenteovejuna, responden a un único nombre: «Anonymous». En, Cuba, sin embargo, son conocidos como «La Resistencia».

    Guajiros en Iztapalapa

    Iztapalapa nunca estuvo en la mente geográfica de los cubanos,...

    Selfies / Autorretratos

    Utilizo el IPhone con temporizador y los filtros disponibles. Mi...

    Un enemigo permanente 

    Hace unos meses, en una página web de una...

    Apoya nuestro trabajo

    El Estornudo es una revista digital independiente realizada desde Cuba y desde fuera de Cuba. Y es, además, una asociación civil no lucrativa cuyo fin es narrar y pensar —desde los más altos estándares profesionales y una completa independencia intelectual— la realidad de la isla y el hemisferio. Nuestro staff está empeñado en entregar cada día las mejores piezas textuales, fotográficas y audiovisuales, y en establecer un diálogo amplio y complejo con el acontecer. El acceso a todos nuestros contenidos es abierto y gratuito. Agradecemos cualquier forma de apoyo desinteresado a nuestro crecimiento presente y futuro.
    Puedes contribuir a la revista aquí.
    Si tienes críticas y/o sugerencias, escríbenos al correo: [email protected]

    spot_imgspot_img

    Artículos relacionados

    Las maravillas de Regla

    El fotógrafo Jorge Bonet cuenta que en 2021 tuvo la suerte...

    La gente memorable de la calle Cristo

    Vengo de un grupo particular cuyos miembros, de haber...

    Volvamos a enlazarnos, esta vez con nudo doble

    —Ay, chica. ¿Te das cuenta qué conversación mas desgarradora...

    Dos jóvenes detenidos el 11-J replican a la revista ‘Alma Mater’

    El Estornudo reproduce la siguiente declaración compartida en redes sociales por dos...

    8 COMENTARIOS

    1. Me gusta, la narración, y la forma de tratar un problema que se da en algunos chicos y chicas en la adolescencia, espero siga escribiendo

    2. Creo que el artículo es muy atinado, ya que es un mal común, no sólo entre puertos sino hasta en gente adulta.. Ignoramos muchas de las emociones que genera este mal entre quienes lo padecen. Gracias por la manera de compartirlo.

    3. Gracias por la forma tan sencilla de explicar algo tan complicado. El acné es uno de los temores que se tienen desde la adolescencia, y algo sin duda, de cuidado. Creo que la forma en que lo describes invita a cuidarnos, a no burlarnos ni mal mirar a quien lo padece.

    4. Un relato que permite hacernos concientes de como está el transfondo de este problema que puede afectar a hombres y mujeres. Y que en muchas ocasiones se utiliza para bullear sin saber el como afecta.
      Es de valientes afrontarlo pero más admirable el compartir y dar esperanza a las personas que lo padecen.

    5. Una forma muy creativa de externar una situación tan incomoda, eres muy valiente en compartirlo y lo mejor que pudiste superar el problema, felicidades!!

    6. ¡Gran crónica! Felicidades a la autora, con su brevedad, sensibilidad y humor nos transmite un tema profundo. Queremos más historias así 🙂

    DEJA UNA RESPUESTA

    Por favor ingrese su comentario!
    Por favor ingrese su nombre aquí