Miami no quiere que yo lea
En Miami las guaguas viajan en línea recta. Hay que conectar varios buses para empatar rutas: una soledad rectilínea uniforme.
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En Miami las guaguas viajan en línea recta. Hay que conectar varios buses para empatar rutas: una soledad rectilínea uniforme.
¿Hay cabinas telefónicas en Miami? ¿Hay trenes? ¿Hay sonrisas? Debe haber.
Desde hace décadas el transporte público ha sido disfuncional en Cuba. Y el reclamo de una mejoría en ese servicio —como el pregón «El manisero»— es parte ya de la cultura nacional.
En julio, luego de un pulso entre lo privado y lo estatal, se fijaron precios que las autoridades políticas y administrativas del territorio negociaron con un realismo políticamente doloroso y poco común.
Los precios del sector por cuenta propia y del mercado negro en la «Ciudad Héroe» comenzaron a correrse con la inestabilidad política y económica en Venezuela, aliado geopolítico del gobierno de La Habana.
Desde el TransMilenio, y desde cualquier punto desde el que se mire Bogotá se nota una clase especial de silencio. Se toca cómo a veces se puede tocar el humo.
Si fuera tan grande como su nombre indica se llamaría simplemente Metro de Bogotá. Pero en esa ciudad de 8 millones de habitantes no hay metro, sino TM. Y se tiene la sensación de que el gran silencio que la recorre comienza en él, en ese gran nombre.
La corrupción en el sistema de transporte cubano es terrible. El litro de petróleo, que cuesta 1 CUC en las gasolineras, ya sean Cupet u Oro negro, se podía encontrar en la calle desde 5 hasta 8 pesos cubanos. Actualmente, con la disminución de la cuota de combustible a las empresas estatales, su precio ha subido a 12 o 15 pesos cubanos, cuando aparece.