América Latina: la espiral rota

    Ha aparecido en español el volumen Los años de la espiral (2020), en coedición de Sexto Piso y la Universidad de Nuevo León. Se trata de una antología de las principales piezas publicadas por el periodista Jon Lee Anderson en The New Yorker durante la última década, traducidas por el escritor mexicano Daniel Saldaña París. Como el hábil periodista que es, Anderson elude cualquier apresamiento de su narrativa en tesis o conclusiones rígidas. Pero su libro puede ser leído como un ejercicio de historia política sobre el presente de América Latina y el Caribe.

    Qué entendemos por presente latinoamericano es la primera incógnita a dilucidar. Anderson se ciñe a una década (2010-2020), aunque es evidente que muchas de sus observaciones sobre el chavismo, las izquierdas y las derechas suramericanas, el proceso de paz en Colombia, la normalización diplomática entre Estados Unidos y Cuba, o la consolidación del clan Ortega-Murillo en Nicaragua, remiten a una historia previa que arranca en la última década del siglo XX e, incluso, en la Guerra Fría.

    Tal vez la noción de «tiempo presente» que han manejado Timothy Garton Ash y otros pensadores contemporáneos tenga menos que ver con una periodización fija —después de la caída del Muro de Berlín, después de las Torres Gemelas, después del neoliberalismo, después de Chávez…— que con la resonancia de un pasado inmediato. Buena parte de lo que cuenta Anderson pasó hace apenas cinco o cuatro años, pero su sentido hunde raíces en la larga Guerra Fría latinoamericana.

    Este libro arranca con el apogeo del régimen chavista en Venezuela y el triunfalismo que su afán de hegemonía le insuflaba a buena parte de la izquierda continental. Como el triunfalismo neoliberal de los noventa, este otro se alimentaba de una falsa homogeneidad. En el Foro de Sao Paulo, Clacso, Telesur, Granma y La Jornada se atribuía todo triunfo de la izquierda a Chávez, en tanto heredero de Fidel Castro. Ambos, Fidel y Chávez, oscilaban entre la admonición y el escamoteo de sus diferencias con Lula y Dilma, Bachelet y Mujica. Todo se quería presentar como obra de Chávez, desde las avanzadas constituciones de Ecuador y Bolivia hasta la ampliación del Grupo de Río y la creación de la Celac.

    Entre 2012 y 2013 todo comenzó a tambalearse con la convalecencia y la muerte de Hugo Chávez. Eran, precisamente, los años en que Raúl Castro comenzaba su primer mandato quinquenal, tras el VI Congreso del Partido Comunista (PCC) en abril de 2011. Pasaban a mejor vida las machacantes consignas de la primera década del siglo sobre la unidad entre Venezuela y Cuba. A partir de entonces ya ningún político cubano diría, como Carlos Lage, que Cuba y Venezuela integraban un mismo gobierno con dos presidentes.

    Anderson captó la decadencia del chavismo con la metáfora de la Torre de David, un proyectado centro financiero de Caracas que devino en mole fantasmal. El Estado venezolano, aquel gigantesco aparato mágico, estudiado por el antropólogo Fernando Coronil, fue convertido por el chavismo en una maquinaria extractiva más contaminante y monopolista que en los mejores tiempos del desarrollismo neoliberal. Con Chávez y el petróleo del antiguo régimen venezolano se repitió la historia de Fidel y el azúcar de la «pseudorrepública».

    El periodista define los años que siguieron a la muerte de Chávez, entre 2014 y 2016, como la «apoteosis de un periodo feliz», que marca el ascenso de la espiral latinoamericana. Dos fenómenos fueron responsables de aquella esperanza: el restablecimiento de relaciones entre Estados Unidos y Cuba y el proceso de paz en Colombia. Ambos conducidos por políticos sucesores, Raúl Castro y Juan Manuel Santos, torpedeados por sus antecesores, Fidel Castro y Álvaro Uribe, y acompañados por Barack Obama.

    El viaje de Obama a la isla, en marzo de 2016, fue el punto de inflexión de aquel ciclo. Tres semanas después, un nuevo congreso del PCC, con Fidel Castro a la cabeza, envió mensajes adversos a la normalización diplomática y el canciller Bruno Rodríguez declaró que con la visita del Presidente de Estados Unidos se había producido «un ataque a fondo a nuestra concepción política, a nuestra historia, a nuestra cultura y a nuestros símbolos». Para fines de aquel año moría Fidel dejando a sus sucesores el encargo preciso de revertir las reformas económicas y el entendimiento con Washington.

    La interrupción de la espiral, según Anderson, se consumó con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. El aliento que desde el inicio dio el magnate a líderes de la nueva derecha latinoamericana como el brasileño Jair Bolsonaro, el colombiano Iván Duque y, finalmente, Jeanine Áñez, la política boliviana que, Biblia en mano, intentó revertir en pocos meses el avance del Estado plurinacional, impulsó nuevamente la fractura regional producida por el propio ascenso del bloque bolivariano.

    El deterioro ha sido parejo, concluye el periodista. De un lado, tiranuelos aferrados al poder como Maduro y Ortega; del otro, élites racistas e insensibles que quisieran seguir reproduciendo su status como si nada. Los estallidos sociales que recorrieron prácticamente toda la región, desde Venezuela hasta Chile, desde Ecuador hasta Nicaragua, entre 2017 y 2019, revelaron que la crisis de América Latina no distingue entre derechas e izquierdas, como pretende la prensa oficial de La Habana o Caracas.

    «El desastre de la revolución bolivariana sirve de pancarta para políticos conservadores que buscan advertir sobre los peligros del socialismo», dice Anderson. Pero podría decirse también que el conservadurismo de la nueva derecha es aprovechado por la izquierda autoritaria para marginar o cooptar a la izquierda democrática. Los triunfos de Andrés Manuel López Obrador y Alberto Fernández en México y Argentina no alteraron esa dinámica perversa. Lo que ha sucedido recientemente con la victoria del MAS en Bolivia y el plebiscito en Chile vuelve a levantar los ánimos. Buen momento para recordar que en América Latina la izquierda democrática siempre será blanco de dos despotismos: el de en frente y el de al lado. 

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    1 COMENTARIO

    1. Jon Lee Anderson es siempre una opinión bastante lúcida de la derecha, que es como terminan pensando los mayores de 45…pero tomara que su última previsión de hoy no esté muy cierta (creo que le hizo el guiño necesario a las circunstancias…)

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