Miguel Coyula: «Si haces cine independiente, no puedes ser complaciente»

    Miguel Coyula carga en su mano izquierda un pomo plástico con cinco litros de agua hervida en el apartamento de su madre. Abre la puerta de la calle y su pareja, Lynn Cruz, que organiza papeles encima de una mesa, le dice: «Ya están aquí». El cineasta entra a su casa, gira a la izquierda y nos encuentra a la fotógrafa y a mí sentados en el sofá de la sala. Hemos llegado siete minutos antes de la hora pactada.

    A las 10 am, Miguel Coyula está en short y chancletas y parece haber dormido poco. Llegó hace unos días de New York: «Estoy desfasado, por eso no me gusta viajar tanto, porque le pierdo el hilo al trabajo». Dos mechones de pelos se le han zafado de la cola de caballo y le caen por los lados del rostro. Su barba tupida luce bastantes canas.

    A sus 42 años, Miguel Coyula no tiene teléfono móvil y, cuando está en Cuba, se conecta a Internet una sola vez por semana. Enciende su ordenador de escritorio Mac uniendo dos cables sueltos porque el botón principal está roto.

    «Fui siempre muy introvertido. En la escuela, cuando iban a tirarle flores a Camilo Cienfuegos, me iba [para casa]. No por razones políticas, sino porque era un niño antisocial», dice. Era un solitario, solo tenía dos o tres amigos. Estudió en la primaria «Unión Internacional de Estudiantes», una escuela que queda justo frente a su casa en el barrio del Vedado y donde hay una foto del Che Guevara colocando un ladrillo el día de su inauguración. «Los profesores me decían que no era combativo, aunque sacaba buenas notas; era porque no me gustaba participar en las actividades colectivas», dice.

    Coyula construía sus propios juguetes. Se hizo un arcabuz con una tubería de aluminio que se encontró en la calle. Era un tubo de una cama al que le abrió un hueco; le colocaba un taco de madera o de papel duro encima de cabecitas de fósforos aplastadas y accionaba el mecanismo con un perchero que hacía las veces de gatillo. Cuando disparaba se veía «una candelada espectacular». También quiso hacer su propio avión: tomó un barril de madera e intentó colocarle un motor en la parte superior para que fungiera como hélice, pero el armatroste nunca logró despegar. Y en el patio de su hogar levantó una pequeña casita de tres pisos a la que hasta le puso electricidad.

    En el aula, mientras los profesores explicaban las lecciones, el niño dibujaba historietas. Luego, cuando llegaba a casa, se sentaba a una vieja máquina de escribir y tecleaba relatos que aún conserva.

    Años después, en la adolescencia, una tía le regaló a su padre una cámara VHS. Cuba estaba sumida en pleno «período especial» y la carestía, el hambre y el desamparo se habían apoderado del día a día de la gente. Los padres querían vender aquel regalo familiar para tener algo de dinero. El niño se opuso a la idea.

    «Empecé a jugar con la cámara y me di cuenta de que podía mezclar la parte literaria con la parte visual. Hice dos mediometrajes. No tenía computadora y tenía que editar en la cámara. Filmaba cronológicamente: si eran dos personas hablando, tenía que poner la cámara y decirle al actor que no se moviera, cambiar la posición de la cámara y continuar. Fue un buen entrenamiento porque nunca repetía la misma imagen. Lo empecé a hacer luego en mis demás películas. Es un principio que viene de la literatura: cada oración expresa una idea y cuando pones punto y seguido y empiezas otra oración, estás empezando otra idea distinta. Cuando se traduce eso a un lenguaje audiovisual, uno tiene que hacer crecer la escena a nivel visual, que cada imagen te esté dando una sensación o una pregunta distinta, por eso tiene que ser un encuadre distinto, un valor de plano distinto».

    Con ocho años Miguel Coyula vio El resplandor y el filme de Stanley Kubrick lo traumatizó. No pudo dormir en semanas y por un tiempo prolongado hizo rechazo a las películas de acción real. Un trauma que considera importante haber vivido.

    «Ahora sobreprotegen mucho a los niños en el sentido de que no puedan ver imágenes violentas. Lo que no te mata, te hace más fuerte. Las impresiones fuertes en la infancia y la adolescencia son lo que hace que después puedas construir películas que tengan demonios. A mí lo que me interesa es crear una sensación de incomodidad. El cine que me interesa es un cine incómodo. Generar esa sensación de incertidumbre ante lo que va a pasar, que la gente no pueda predecir cuál va a ser la próxima escena».

    En 1988 se estrenó en Cuba el anime japonés Yaltus, una película realizada en 1981 y doblada en Cuba al español después del gran éxito que tuvo el también animado Voltus V. Como muchos niños y adolescentes, Miguel Coyula corrió al cine a ver Yaltus, que lo marcó para siempre.

    Los cubanos se sorprendieron con Yaltus. No era la clásica película de acción que estaban acostumbrados a ver. «Es una demostración de que la humanidad no tiene futuro y se va a autodestruir. No había esperanzas al final», dice. Coyula fue varias veces al cine, no podía concebir que ese fuera el final. Cada vez que iba, esperaba que el largometraje se reconfigurara: «Dejaba muchas preguntas sin responder».

    Años después, en sus manos cayó el Blu-ray original de Yaltus. Para su sorpresa, la película tenía veinte minutos que él no había visto; los habían cortado en Cuba. Coyula se enfrascó en la tarea de restaurar el animado. Gracias a Abel Molina y su proyecto «Infancia presente», Yaltus fue exhibida íntegramente en el cine La Rampa y ese día el cineasta pudo verla de nuevo en la pantalla grande. «Me di cuenta de que ahí estaba el germen del cine que me interesa hacer», dice.

    Miguel Coyula / Foto: El Estornudo

    P: ¿Cuáles son esas premisas?

    MC: Si haces cine independiente, no puedes ser complaciente. Tienes que tomar ventaja de que no le tienes que rendir cuentas a nadie. Esa sensación de inestabilidad que te persigue hasta después de los créditos es lo que yo trato de hacer. Hay muchas personas que hacen cine independiente, en el sentido de que lo financian de su bolsillo, pero muchas veces con vistas a después ser asimilados por una industria. Yo no lo veo como una carrera, sino como una obsesión: tratar de vomitar el subconsciente en la película. Después si le interesa a alguien del público, bienvenido… Pero el objetivo principal no es tener una carrera. Simplemente ver la película en pantalla y debatirla con un grupo de personas. Si es grande mejor, pero si es pequeño igual. Lo que me interesa es la calidad del debate. Eso me hace dormir tranquilo.

    P: ¿No te interesa que tus películas lleguen a un público masivo?

    MC: Sí me interesa, pero no lo tengo en cuenta a la hora de crearlas. De las películas que he hecho, la primera, Cucarachas rojas, es la más normal y es la única que tuvo distribución comercial. Fue mi primera película y quería probar si podía hacer un largometraje. Después, con cada nuevo proyecto he tratado de ir buscando otras cosas; uno trata de hacer evolucionar su propio lenguaje.

    Miguel Coyula hace la fotografía y la edición de sus filmes. También realiza el diseño sonoro y la animación. Su compañera, Lynn Cruz, se encarga del vestuario, la asistencia de dirección y el maquillaje. Ellos son el equipo; ellos se encargan de todo. «Trabajar de esta manera requiere aislarse para poder concentrarse. Es vivir como un monje. Lo necesitas porque son varias disciplinas, y ahí te olvidas un poco de la audiencia».

    P: ¿Es por falta de dinero que trabajas así?

    MC: Aun si tuviera dinero para una infraestructura de producción más grande, me sentiría muy mal diciéndole a un fotógrafo lo que tiene que hacer. Si tuviera dinero de producción, la fotografía y la edición las seguiría haciendo yo; los efectos especiales sí los delegaría en otras personas. Me mal acostumbré a trabajar de una forma por aquello de filmar mis primeros dos cortos en orden cronológico.

    P: ¿Pero no es demasiado difícil trabajar así?

    MC: La manera de trabajar es filmar una escena y ponerme a editarla. A partir de lo que nace es que escribo la escena siguiente. Después de Memorias del desarrollo decidí no escribir más un guion entero. Paso horas y horas frente a la computadora para quitar o poner los elementos que hagan falta. Porque físicamente a veces no podemos; somos dos personas filmando sin permiso.

    P: ¿Y los actores aceptan ese tipo de rodaje tan espaciado?

    MC: Hay tan poco trabajo en este país que los actores lo aceptan, algunos lo han hecho por amor al arte, pero no puedes exigirle el mismo nivel de disciplina que te exiges a ti mismo, sobre todo cuando estás pagando un salario de 15 CUC por cada día de rodaje, simbólico para la industria, pero duro cuando sale de tu bolsillo. Tengo clara la tesis de la película. Sé lo que va a pasar al final de la historia. Cómo llego ahí es el problema. Voy escribiendo basado en la química de lo que va naciendo. Es una manera más cercana al escritor, a quien se le ocurre una idea y la escribe. La cámara se vuelve una extensión del brazo, como la pluma para el escritor.

    P: Imagino que tal vez algunos actores abandonen tus proyectos por esta manera de trabajar. Por ejemplo, en Corazón azul, tu última película, llevas trabajando ocho años.

    MC: Ha habido de todo. Uno de los actores salió cuando estrenamos una obra de teatro, escrita por Lynn y dirigida por mí, donde matábamos a Fidel Castro. Ese estreno sufrió una redada policial y, cuando el actor se vio etiquetado en el video con el resto de los invitados, nos repudió por teléfono. Fue bastante feo porque teníamos una relación cercana. Otros simplemente se han ido del país, y otros que ya no están de acuerdo con el contenido político de la película o con la naturaleza cambiante del guion. He tenido que matar o desaparecer algunos personajes. En ocho años cambia la realidad de muchas personas.

    P: Uno de esos actores que abandonó la película es Héctor Noas. Para poder quedarte con el derecho de su imagen tuviste que realizar un crowdfunding y recaudar los dos mil CUC que él pedía por ello. Cuéntame esa desavenencia.

    MC: Sin comentarios.

    Miguel Coyula prefiere alejarse de la resolución absoluta de los conflictos, siempre quiere dejar una puerta abierta por donde pueda entrar la suspicacia. Le hubiera gustado ser un programador de videojuegos. La idea de ramificar finales le apasiona. En un momento pensó hacer algo así con Corazón azul. Que quien la estuviese viendo en casa, pudiese decidir el camino a seguir. Pero eso limitaba la posibilidad de llegar a los cines. Al final no fue más que una simple idea y se dijo: «Si para hacer una hora y veinte minutos estuve ocho años, cuánto más me va a durar concretar esas capas paralelas».

    P: ¿Por qué tus películas no tienen tráileres?

    MC: Mucha gente hace un tráiler para recaudar dinero, pero hay que invertir en hacerlo. Con ese dinero prefiero hacer los primeros cinco minutos. En Corazón azul hice eso, pero no recibimos fondos de ninguna institución y hubo que seguir. Se trata de no malgastar.

    P: Pero ¿cómo haces para conseguir el financiamiento mínimo indispensable para tus película?

    MC: Una o dos veces al año, me invitan a dar charlas y presentaciones en universidades de Estados Unidos. Con eso le pago a los actores y vivo en Cuba, lo cual significa no poder ir ni siquiera a un restaurante. Solo da para la gasolina del carro o alguna pieza de la computadora. No es vivir del cine, sino vivir para el cine. Hay muchos fondos a los que se puede aplicar, sobre todo en Europa, pero piden un perfil muy específico; les gusta mucho el cine latinoamericano paisajístico donde no haya una marca autoral demasiado fuerte, que sea como una ventana para que el primer mundo se asome y no ahonde demasiado en las dinámicas políticas y sociales. Nunca he encontrado un fondo que me apoye.

    Antes de Corazón azul, Miguel Coyula hizo Cucarachas rojas, Memorias del desarrollo y el documental Nadie (sobre el poeta Rafael Alcides). Sobre cada una dice:

    Cucarachas rojas: «Mi primer largometraje, no tiene nada que ver con Cuba. Es una historia que puede funcionar en cualquier parte del mundo. Es una narración mucho más lineal. Ya no me gusta tanto porque la veo demasiado tradicional. Me gusta la historia, pero no cómo está contada. Los diálogos me parecen muy convencionales».

    Memorias del desarrollo:«Es la historia de un escritor que no encaja ni en Cuba ni en Estados Unidos. El problema de Sergio es de configuración genética; es un individuo que no va a encajar en ninguna sociedad del mundo. Es lo que le sucede a gran parte de mi generación. Crecimos bajo un bombardeo de “justicia social” que se nos ha metido en la parte de atrás de la cabeza. Entonces, cuando no encuentras esos ideales de justicia social, te vuelves un crítico de cualquier sociedad».

    Nadie: «Llegó a mí, no la busqué. Conozco a Rafael Alcides desde niño, estaba casado con mi prima. Tenía la idea de grabarlo y preservarlo; no sabía siquiera si quería hacer una película. En un momento en el que se enferma, le dije: “Vamos a grabar una conversación a ver qué sale”. Fueron cuarenta horas a lo largo de un año. Alcides pasó por todos los picos emocionales que puede pasar un actor de cine. A veces estaba jaranero y después se ponía grave, hasta lloró. Tenía erupciones de furia, hubo momentos en que me habló como si tuviera delante a Fidel Castro. Fue un desafío enorme confiar en el poder de su palabra. Es un documental de cabezas parlantes».

    Dice Miguel Coyula: «En Cuba no puedo trabajar». Cuenta que hace dos meses una alumna de la Facultad de las Artes de los Medios de Comunicación (FAMCA) lo llamó para que participara en un panel sobre cine independiente. Días después el panel fue cancelado. A Coyula le dijeron que el rector de la FAMCA había sellado el encuentro porque él estaba entre los panelistas. «Estoy borrado de la vida cultural de Cuba», asevera.

    Según el cineasta, la censura de su obra comenzó en 2010 cuando a Memorias del desarrollo la ubicaron fuera de la competencia del Festival de Cine de La Habana. Luego en Beirut —en otro festival de cine latinoamericano— la película fue retirada, tres días antes de comenzar el certamen. A Coyula le dijeron que el embajador de la isla en el Líbano exigió que sacaran el filme, alegando que no se había producido en Cuba. La embajada cubana era uno de los sponsors del festival.

    «A Nadie lo mandé al festival de cine de La Habana sabiendo que no lo iban a poner. Lo hice para que quedara registro», dice. Tras la negativa, Coyula decidió exhibirlo en la casa-galería «El Círculo», y repletó una pequeña sala. A esa primera proyección asistió Rafael Alcides. Pero el estreno oficial de la película tuvo lugar en el festival Cine Global de República Dominicana, donde Nadie mereció el premio a mejor documental.

    A la vuelta, Miguel Coyula intentó una segunda proyección en «El Círculo». Cuenta lo ocurrido: «No pudimos ni siquiera llegar; una redada policial nos lo impidió. A nuestros invitados les dijeron que habían sido engañados; una trampa tendida por contrarrevolucionarios. Denunciamos aquello en las redes y no hubo siquiera una muestra de solidaridad por nadie del gremio de cineastas. El silencio fue bastante revelador. Me di cuenta de que eso ocurría porque nos habíamos ido a un lugar fuera de los espacios del cine».

    Miguel Coyula / Foto: El Estornudo

    P: ¿Te sientes fuera del gremio de los cineastas cubanos?

    MC: Salvo dos o tres personas, mucha gente se ha alejado. No solo los cineastas, sino los críticos. Ninguno escribió sobre Nadie, ni para bien ni para mal.

    P: ¿Cómo ves a Cuba de aquí a unos años?

    MC: Lo que estoy viendo es un capitalismo de bajo presupuesto: la corrupción de las conquistas de la Revolución. La educación y la salud pública funcionan a un nivel de bajo presupuesto porque ni siquiera está escrito cómo tienes que sobornar al médico o cómo tienes que sobornar al profesor. Un capitalismo completamente caótico que cada vez se va haciendo de un colectivo y no de una sola persona. Se va pareciendo cada vez más a China. Se ha creado una estructura inamovible, porque no acepta una oposición organizada. Como somos una isla, la gente no quiere señalarse como un disidente; al estar rodeada de agua es muy difícil escapar. Y los que escapan aún tienen familiares en Cuba y quieren seguir viniendo.

    P: ¿En cierto modo Corazón azul es la Cuba futura?

    MC: La idea fue tomar distancia y ver todo como si ya hubiese sucedido. Construir ciencia ficción a partir de ciertos elementos reales. Yo veo a Fidel Castro como el científico loco que siempre estaba experimentado algo. Con las vacas…, para ver cuál daba la mejor carne, la mejor leche. Con los vegetales también: el tomate hidropónico, el plátano microjet. Se volcaba sobre todo y después lo dejaba; saltaba a otra cosa. Pensé: ¿y si lo hiciera con seres humanos?, ¿le hubiera gustado esa posibilidad para construir el «hombre nuevo»? La película va de eso… La gente de mi generación y otros más jóvenes, que crecieron bajo ese proyecto, se vuelven unos inadaptados: una fuerza anarquista que empieza a destruir el mismo sistema que los creó.

    P: Corazón azul nació de una novela que tienes publicada.

    MC: Esa novela la escribí en 1999, antes de meterme a hacer largometrajes. En 2013 un amigo mexicano se la recomienda a la editorial La Pereza de Miami. Ellos la publicaron y, por supuesto, como ocurre con muchas de las editoriales de Miami, no vi siquiera el reporte de venta. Es una novela que toma mucho del anime que vi en mi infancia; está construida en una Cuba alternativa, y de ese universo salen Cucarachas rojas y Corazón azul.

    Cuando Miguel Coyula vivía en New York, extrañaba la vista al mar desde su cuarto piso en un edificio del Vedado, la esquina del barrio, el Trianón cuando era un cine… De New York, ahora, recuerda sus multitudes.

    «Soy agorafóbico, quizás por eso regresé. Salir a la calle es agobiante en New York, uno siente esa presión. Quiero envejecer en un lugar más tranquilo, aunque aquí también hay tremendo bullicio en la calle. Pero por lo menos uno se puede construir su burbuja, que es lo que es realmente el país: las amistades, la familia. Si te sales de esa burbuja es un desastre».

    Una de las cosas que más disfruta el cineasta son los días nublados: «Les encuentro una belleza, pero no sé decir por qué. Simplemente no me gusta mucho el sol y me gusta la luz cuando está nublado el día. Esa luz es parecida a la de los sueños; en los sueños no es de día ni de noche, es un punto intermedio».

    P: ¿Te gustaría que se vieran tus películas en Cuba?

    MC: Sobre todo Nadie. Es una película frente a la que los cubanos reaccionarían de una manera increíble. Me encantaría que se pasara en el cine Chaplin. Y ver cómo reacciona la gente porque sé que es una película que saca una respuesta emocional. Trabajo pensando en la pantalla grande. Lamentablemente eso solo lo puedo hacer fuera de Cuba.

    P: ¿Te sientes en tu salsa siendo un outsider?

    MC: Me siento feliz. Aunque hay momentos en que quisiera compartir mi obra, y ese momento solo lo vivo fuera de Cuba o cuando los amigos vienen a la casa para ver mis películas.

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    Abraham Jiménez Enoa
    Abraham Jiménez Enoa
    El fútbol le produce más orgasmos que las mujeres. Le teme a la muerte. Se estrelló en bicicleta contra un contén, en moto contra un Lada y en el Lada de su padre contra un Volga. Nunca le pasó nada, ni un arañazo, a sus amigos sí. Es adicto a la cerveza.
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